Bendecido y agradecido día de descanso el que recibimos de Ti, y que nos ayuda a retomar fuerzas para el camino de una nueva semana. Hoy nos invitas a la Reconciliación y al perdón. Cuando perdonamos a alguien que nos ha ofendido mucho, ¿cuánto nos cuesta perdonar? ¿Lo hacemos a regañadientes, o bien con alegría? ¿Tenemos el coraje de dar el primer paso para la reconciliación, o bien esperamos a que el otro nos pida humildemente perdón?
Tu mensaje de hoy, a través de las parábolas de la oveja perdida y del hijo pródigo, es de gran alegría y paz: el Padre celestial es feliz perdonando a los pecadores. Los acoge y los abraza. Es lo que ha hecho con nosotros. ¿Cuántas veces? ¿No podemos hacer lo mismo nosotros, los unos con los otros? Tú nos invitas a tener los mismos sentimientos de perdón y reconciliación que Tú tuviste y sigues teniendo en todo momento. Permítenos dar gracias al Padre celestial por su misericordia y su amor sin límites: Padre nuestro, lleno de paciencia, dispuesto a perdonarnos, Tú sientes inmensa alegría al perdonar al pecador arrepentido e incluso permitiste que tu Hijo entregara su vida para traernos perdón y vida.
Dispón a aquellos a quienes hemos ofendido a que nos perdonen; y haz que nosotros también estemos siempre dispuestos a perdonar de corazón, y sin arrepentirnos de ello, a los que nos han ofendido. Que seamos personas que sepamos perdonar y también aceptar el perdón con la humildad y bondad que Tú nos has manifestado en Tu Hijo Amado, nuestro Hermano Mayor. Gracias Padre Bondadoso. Ahora, Señor, te damos gracias porque en tu inmenso amor nos das también tu perdón y reconciliación. Danos tu Espíritu de perdón para que de nuestro corazón sanemos de raíz las dificultades que podamos tener con algún hermano al que hayamos ofendido o nos haya ofendido; que no nos alejemos por soberbia y sepamos bajar la cabeza con humildad para pedir o dar perdón. Regálanos la alegría de la FIESTA DEL PERDÓN Y LA RECONCILIACIÓN. Amén.
Un muy feliz y reconciliador Domingo. Démonos el abrazo del perdón. Si a alguien he ofendido con actitudes o palabras, le pido de corazón que me perdone y si alguien me ha ofendido, de corazón LO PERDONO.
Meditación del papa Francisco
La llamada de Jesús nos impulsa a cada uno de nosotros a no detenerse jamás en la superficie de las cosas, sobre todo cuando estamos ante una persona. Estamos llamados a mirar más allá, a centrarnos en el corazón para ver de cuánta generosidad es capaz cada uno.
Nadie puede ser excluido de la misericordia de Dios. Todos conocen el camino para acceder a ella y la Iglesia es la casa que acoge a todos y no rechaza a nadie. Sus puertas permanecen abiertas de par en par, para que quienes son tocados por la gracia puedan encontrar la certeza del perdón. Cuanto más grande es el pecado, mayor debe ser el amor que la Iglesia expresa hacia quienes se convierten. ¡Con cuánto amor nos mira Jesús! ¡Con cuánto amor cura nuestro corazón pecador! Jamás se asusta de nuestros pecados.
Pensemos en el hijo pródigo que, cuando decidió volver al padre, pensaba hacerle un discurso, pero el padre no lo dejó hablar, lo abrazó (cf. Lc 15, 17-24). Así es Jesús con nosotros. “Padre, tengo muchos pecados...”. —“Pero Él estará contento si tú vas: ¡te abrazará con mucho amor! No tengas miedo”. (Homilía de S.S. Francisco, 13 de marzo de 2015).
Reflexión
En el Evangelio de hoy, Jesús nos presenta una de las páginas más hermosas de toda la Biblia, con la parábola del hijo pródigo. Ésta, hermanos, no es solo la historia de un joven rebelde, sino el retrato del corazón del Padre: de un Dios que ama, espera, perdona y abraza.
Pero, hay algo más profundo: esta parábola no solo habla de cómo Dios actúa con nosotros, sino también de cómo estamos llamados a actuar nosotros con los demás. San Lucas, en el Evangelio de hoy, nos invita a vivir lo que dice Jesús: "Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso." Lo dice en el capítulo 6, verso 36.
La parábola, pues, termina con un banquete de alegría. Y es que, así es el corazón de Dios, un Padre que celebra cuando uno de sus hijos vuelve a casa, cuando encuentra a la oveja extraviada o a la moneda perdida.
Hoy, el Señor nos invita a ser imágenes vivas de su misericordia, pues nos invita a perdonar, aunque nos duela, a acoger sin condiciones y a ayudar a otros a reencontrar el camino hacia Él.
Pidamos que el Espíritu Santo nos haga cada día más parecidos al Padre, y recuerda que la parábola del hijo pródigo no es solo la historia de un hijo que regresa, sino la historia de un Padre que nunca deja de amar. Hoy, seamos nosotros también misericordiosos, como lo es el Padre.
Esta reflexión del Evangelio fue escrita por: Ernesto María Caro, Pbro.