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El hijo pródigo

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Reflexión para el XXIV domingo del tiempo ordinario, Ciclo C. 

 Lucas 15:1-32
1 Todos los publicanos y los pecadores se acercaban a él para oírle,
2 y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Este acoge a los pecadores y come con ellos.»
3 Entonces les dijo esta parábola.
4 «¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las 99 en el desierto, y va a buscar la que se perdió hasta que la encuentra?
5 Y cuando la encuentra, la pone contento sobre sus hombros;
6 y llegando a casa, convoca a los amigos y vecinos, y les dice: "Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido."
7 Os digo que, de igual modo, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por 99 justos que no tengan necesidad de conversión.
8 «O, ¿qué mujer que tiene diez dracmas, si pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca cuidadosamente hasta que la encuentra?
9 Y cuando la encuentra, convoca a las amigas y vecinas, y dice: "Alegraos conmigo, porque he hallado la dracma que había perdido."
10 Del mismo modo, os digo, se produce alegría ante los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta.»
11 Dijo: «Un hombre tenía dos hijos;
12 y el menor de ellos dijo al padre: "Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde." Y él les repartió la hacienda.
13 Pocos días después el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino.
14 «Cuando hubo gastado todo, sobrevino un hambre extrema en aquel país, y comenzó a pasar necesidad.
15 Entonces, fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país, que le envió a sus fincas a apacentar puercos.
16 Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pero nadie se las daba.
17 Y entrando en sí mismo, dijo: "¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre!
18 Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti.
19 Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros."
20 Y, levantándose, partió hacia su padre. «Estando él todavía lejos, le vió su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente.
21 El hijo le dijo: "Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo."
22 Pero el padre dijo a sus siervos: "Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies.
23 Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta,
24 porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado." Y comenzaron la fiesta.
25 «Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y las danzas;
26 y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.
27 El le dijo: "Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo cebado, porque le ha recobrado sano."
28 El se irritó y no quería entrar. Salió su padre, y le suplicaba.
29 Pero él replicó a su padre: "Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos;
30 y ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para él el novillo cebado!"
31 «Pero él le dijo: "Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo;
32 pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado."»

 

REFLEXIÓN

— La misericordia inagotable de Dios. 
I. Misericordia, Dios mío, por tu bondad, // por tu inmensa compasión borra mi culpa. // Lava del todo mi delito, // limpia mi pecado.

Oh Dios, crea en mí un corazón puro, // renuévame por dentro... // Un corazón contrito y humillado tú nodo despreciarás'.

La liturgia de este domingo trae a nuestra consideración, una vez más, la misericordia inagotable del Señor: ¡un Dios que perdona y que manifiesta su infinita alegría por cada pecador que se convierte! Leemos en la Primera lectura cómo Moisés intercede por el pueblo de Dios, que muy pronto ha olvidado el pacto de la Alianza y se ha construido un becerro de oro, mientras él se encontraba en el Sinaí. Moisés no trata de excusar el pecado del pueblo, sino que apoya su plegaria en Dios mismo, en sus antiguas promesas, en su misericordia. El mismo San Pablo nos habla en la Segunda lectura de su propia experiencia: Podéis fiaros y .aceptar sin reservas lo que os digo: que Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el primero. Ypor eso se compadeció de mí: para que en mí, el primero, mostrara Cristo toda su paciencia. Es la experiencia íntima de cada uno de nosotros. Todos conocemos cómo Dios no se ha cansado jamás de perdonarnos, de facilitarnos de continuo el camino del perdón.

En el Evangelio de la Misa San Lucas recoge esas parábolas de la compasión divina ante el estado en que queda el pecador, y el gozo del Señor al recuperar a quien parecía definitivamente perdido. El personaje central de estas parábolas es Dios mismo, que pone todos los medios para recuperar a sus hijos maltrechos por el pecado: es el pastor que sale tras la oveja descarriada hasta que la encuentra, y luego la carga sobre sus hombros, porque la ve fatigada y exhausta por su descarrío; es la mujer que ha perdido una moneda y enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado hasta que la halla; es el padre que, movido por la impaciencia del amor, sale todos los días a esperar a su hijo descarriado, y aguza la vista para ver si cualquier figura que se vislumbra a lo lejos es su hijo pequeño... «En su gran amor por la humanidad, Dios va tras el hombre —escribe Clemente de Alejandría— como la madre vuela sobre el pajarillo cuando éste cae del nido; y si la serpiente lo está devorando, revolotea alrededor gimiendo por sus polluelos (cfr. Dt 32, 11). Así Dios busca paternalmente a la criatura, la cura de su caída, persigue a la bestia salvaje y recoge al hijo, animándole a volver, a volar hacia el nido» 5.

Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta. ¿Cómo nos vamos a retraer de la Confesión ante tanto gozo divino? ¿Cómo no vamos a llevar a nuestros amigos hasta ese sacramento de la misericordia, donde se recupera la paz, la alegría y la dignidad perdidas? La actitud misericordiosa de Dios será, aun cuando estuviéramos lejos, el más poderoso motivo para el arrepentimiento. Antes que nosotros alcemos la mano pidiendo ayuda, ya ha tendido El la suya —mano fuerte de padre— para levantarnos y ayudarnos a seguir adelante.

 

— La dignidad recuperada. 
II. El pecado, tan detalladamente descrito en la parábola del hijo pródigo, «consiste en la rebelión frente a Dios, o al menos en el olvido o indiferencia ante Él y su amor» 6, en el deseo necio de vivir fuera del amparo de Dios, de emigrar a un país lejano, fuera de la casa paterna. «Pero esta "fuga de Dios" tiene como consecuencia para el hombre una situación de confusión profunda sobre su propia identidad, junto•con una amarga experiencia de empobrecimiento y de desesperación: el hijo pródigo, según dice la parábola, después de todo comenzó a pasar necesidad y se vio obligado —él, que había nacido en libertad— a servir a uno de los habitantes de aquella región»'. ¡ Qué mal se está lejos de Dios! «¿Dónde se estará bien sin Cristo —pregunta San Agustín—, o cuándo se podrá estar mal con El?» 8.

La liturgia de la Misa de hoy nos invita a meditar en la grandeza de nuestro Padre Dios y en su amor por nosotros. Cuando el hijo decide volver para trabajar como un jornalero más en la hacienda, el padre, hondamente conmovido al ver las condiciones en que vuelve, corre a su encuentro y le prodiga todas las muestras de su amor: se le echó al cuello —dice Jesús en la parábola— y lo cubrió de besos. Le acoge como hijo inmediatamente. «Estas son las palabras del libro sagrado: le dio mil besos, se lo comía a besos. ¿Se puede hablar más humanamente? ¿Se puede describir de manera más gráfica el amor paternal de Dios por los hombres?

»Ante un Dios que corre hacia nosotros, no podemos callarnos, y le diremos con San Pablo, Abba, Pater! (Rom 8, 15), Padre, ¡Padre mío!, porque, siendo el Creador del universo, no le importa que no utilicemos títulos altisonantes, ni echa de menos la debida confesión de su señorío. Quiere que le llamemos Padre, que saboreemos esa palabra, llenándonos el alma de gozo» 9. Padre, Padre mío, le hemos llamado tantas veces, y nos hemos lleTlado de paz y de consuelo.

Hasta aquí nada había dicho el padre: ahora sus palabras rebosan alegría. No pone condiciones al hijo, no quiere acordarse más del pasado... Piensa en el futuro, en restituir cuanto antes al que llega su dignidad de hijo. Por eso, ni le deja acabar la frase que había preparado, y ordena: Pronto, sacad el mejor traje y vestidlo; ponedle un anilla en la mano y las sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo, y vamos a celebrar un banquete; porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido recobrado. El vestido más preciado lo constituye en huésped de honor, el anillo le devuelve la dignidad perdida, las sandalias lo declaran libre 10. El amor paterno de Dios se inclina hacia todo hijo pródigo, hacia cualquier miseria humana, y singularmente la miseria moral. Entonces, el que es objeto de la compasión divina «no se siente humillado, sino como hallado de nuevo y "revalorizado"» 11.

En la Confesión, a través del sacerdote, el Señor nos devuelve todo lo que culpablemente perdimos: la gracia y la dignidad de hijos de Dios. Ha establecido este sacramento para que podamos volver una y otra vez a la casa paterna. El Señor nos llena de su gracia y, si el arrepentimiento es profundo, nos coloca en un lugar más alto del que estábamos: «saca, de nuestra miseria, riqueza; de nuestra debilidad, fortaleza. ¿Qué nos preparará, si no lo abandonamos, si lo frecuentamos cada día, si le dirigimos palabras de cariño confirmado con nuestras acciones, si le pedimos todo, confiados en su omnipotencia y en su misericordia? Sólo por volver a El su hijo, después de traicionarle, prepara una fiesta, ¿qué nos otorgará, si siempre hemos procurado quedarnos a su lado?» 12.


— Servir a Dios es un honor.

III. Y se pusieron a celebrar la fiesta.

En este momento, cuando parece que la parábola ha terminado, el Señor introduce un personaje más: el hermano mayor. Viene del campo, de trabajar en la finca de su padre, como ha hecho siempre. Cuando llega a casa, la fiesta está en todo su apogeo. Oye la música y los cantos desde lejos y se sorprende. Un criado le informa de que se celebra el retorno de su hermano menor, que ha llegado sin nada. ¡Por fin ha vuelto!

Pero el hermano mayor se enfada. «¿No te ha movido el coro, el regocijo y la fiesta de la casa? —comenta San Agustín—. El banquete de ternero cebado, ¿no te ha hecho pensar? Nadie te excluye a ti. Todo en balde; habla el siervo, dura el enojo, no quiere entrar» 13. Es la nota discordante de la tarde. Es también el momento de los reproches ocultos y escondidos durante tanto tiempo, que salen ahora a la luz: tantos años que te sirvo, y nunca me has dado un cabrito..., y ahora ha venido ese hijo tuyo, que ha consumido tu hacienda con meretrices, y has hecho matar un becerro cebado para él.

El Padre es Dios, que tiene siempre las manos abiertas, llenas de misericordia. El hijo pequeño es la imagen del pecador, que se da cuenta de que sólo puede ser feliz junto a Dios, aunque sea en el último lugar, pero con su Padre Dios. ¿Y el mayor? Es un hombre trabajador, que ha servido siempre sin salir fuera de los límites de la finca; pero sin alegría. Ha servido porque no había más remedio, y con el tiempo se le ha empequeñecido el corazón. Ha ido perdiendo el sentido de la caridad mientras servía. Su hermano es ya para él ese hijo tuyo. ¡Qué contraste entre el corazón magnánimo del padre y la mezquindad de este hijo mayor! Es la imagen del justo miope para apreciar que servir a Dios y gozar de su amistad y presencia es una continua fiesta, que, en definitiva, servir es reinar 14. Es la figura de todo aquel que olvida que estar con Dios —en lo grande y en lo pequeño— es un honor inmerecido. En el mismo servicio está una buena parte de la recompensa. Omnia bona mea tua sunt: Hijo, tú estás siempre conmigo, y todos mis bienes son tuyos. «Por tanto, todas las honras son nuestras, si nosotros somos de Dios» 15. Se nos da el mismo Dios, y todas sus riquezas con El: ¿qué más podemos pedir?

Dios espera de nosotros una entrega alegre, no de mala gana ni forzado, pues Dios ama al que da con alegría t6. Hay siempre suficientes motivos de fiesta, de acción de gracias, de alegría, junto a Dios. Y especialmente cuando se nos presenta la ocasión de ser magnánimos —de tener corazón grande, comprensivo— con un hermano nuestro. «¡Qué dulce alegría la de pensar que el Señor es justo, es decir, que conoce perfectamente la fragilidad de nuestra naturaleza! ¿Por qué, pues, temer? El buen Dios, infinitamente justo, que se dignó perdonar con tanta misericordia las culpas del hijo pródigo, ¿no será también justo conmigo, que estoy siempre junto a El?» 17, con alegría, con deseos de servirle hasta en lo más pequeño.

Salmo responsorial. Sal 50, 3-4; 12; 19. — 2 Ex 32, 7-11; 13-14. — 1 Tim 1, 15-16. — Lc 15, 1-32. — CLEMENTE DE ALEJANDRIA, Proiréptico, 10. — JUAN PABLO II, Homilía 17-IX-1989. — 7 Ibidem. — 8 SAN AGUSTIN, Comentario al Evangelio de San Juan, 51, 11. — J. EscRIvÁ DE BALAGUER,Es Cristo que pasa, Rialp, 1e ed., Madrid 1973, 64. — 19 Cfr. SAN AGUSTÍN, Sermón 11, 7. — 11 JUAN PABLO II, Enc. Dives in misericordia, 30-XI-1980, — 12 J. ESCRIvÁ DE BALAGUER, Amigos de Dios, Rialp, 2e ed., Madrid 1987, 309. — 13 SAN AGUSTÍN, Sermón 11, 10. — 14 Cfr. CoNC. VA r. II, Const. Lumen gentium, 36. — 15 SAN AGUSTÍN, Sermón 11, 13. — 16 2 Cor 9, — 17 SANTA TERESA DE LISIEUX, Historia de un alma, 8.

 

 

 

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Porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado
Autor:
P. Francisco Fernández Carvajal . Fuente: Hablar con Dios